La primera ontologia de Occidente
Las apariencias engañan o de la primera ontología de Occidente
A mí esta sensación me dura hasta que llego a la figura de Parménides y a su famoso poema. Unas doncellas hijas de Helios llevan al perplejo Parménides a una cueva en donde una misteriosa diosa le revelará la auténtica verdad, la gloriosa aletheia griega. De esta palabra me encanta tanto su sonoridad como su significado: hacer patente lo que está oculto. Y es que una de las grandes aportaciones presocráticas será diferenciar entre apariencia y realidad. Lo que percibimos por los sentidos, lo que nos dice nuestro día a día (nuestra actitud natural en términos de Husserl) no es lo verdadero, no es la auténtica realidad. La verdad está más allá, oculta tras el velo de las apariencias y sólo accesible al auténtico sabio, al filósofo, al amante incondicional de la sabiduría. A partir de Parménides, la realidad será dual, llegando esta postura a su paroxismo en la teoría del conocimiento kantiana. Pero, ¿es esto así? ¿Hay dos realidades paralelas, una verdadera y otra falsa?
La mayoría de los humanos vivimos en la doxa, la mera opinión vulgar, ya que sólo nos quedamos en este mundo de apariencias sin profundizar en ella. Esta valoración peyorativa de la opinión subjetiva contrasta con conductas posmodernas tales como “es mi opinión y es tan respetable como cualquier otra”. Parménides se tiraría de los pelos: ¿Cómo que la opinión propia es digna de respeto e igualable a cualquiera? No, sólo un discurso es digno de respeto: el verdadero. ¿Y cuál es ese discurso verdadero? El del pensar, ya que es idéntico al del ser. Tus sentidos sólo pueden darte opinión, pero tu razón puede hacer que rompas el velo de lo aparente.
Mediante una lógica contundente, la Diosa revela a Parménides la primera ontología de la historia de Occidente. Partimos de dos axiomas: en primer lugar, lo que es es y no que no es no puede ser, ni siquiera puede pensarse ni expresarse; y en segundo, es imposible pasar del ser al no ser ni viceversa (principio de conservación de la materia). Si los aceptamos, ¿qué características podrá tener lo que existe?
1. El ser es increado e imperecedero, es decir eterno. Si el ser tuviera un comienzo, antes de él debería haber no ser, lo cual es imposible ya que el no ser no puede ser y, además, en el comienzo el ser tendría que crearse del no ser (creación ex-nihilo), lo cual contradice nuestro segundo axioma. Razonando igual, el ser no puede tener un final.
2. El ser no fue jamás ni será, ya que es ahora. Si el ser hubiera sido, al ser ahora en el presente ya no sería lo que era en el pasado, y si el ser será, cuando sea en el futuro habrá dejado de ser lo que era en el presente y en el pasado, por lo que el ser deja de ser algo para ser otra cosa, lo cual introduce no ser y eso es imposible. El ser ha de ser actualidad pura, el ser no es que sea sino que está siendo. Esta intuición es tremendamente interesante puesto que sitúa la existencia fuera del tiempo.
3. El ser es indivisible y homogéneo. Si pudiéramos dividirlo en partes, unas partes no serían las otras, lo cual constituye una inadmisible introducción del no ser. Tampoco acepta la diferencia, ya que lo diferente expresa que no se es igual a otro, lo cual introduce de nuevo el no ser.
4. Todo está lleno de ser. Si no fuera así, existiría el no ser, lo cual es absurdo. Del mismo modo el ser es continuo, sin aceptar cualquier discontinuidad de no ser.
5. El ser es inmóvil. Si cambia de lugar, aparte de que el “espacio” en donde se mueve ha de ser de no-ser, ya no sería el que era antes en el lugar que abandonó. De nuevo aparece el inaceptable no ser.El problema de la posibilidad del movimiento será bellamente expresado en las paradójas de Zenón.
¿Cómo es posible que el ser tenga estas características cuando lo que nos parece es todo lo contrario? ¿No es la realidad plural, cambiante (el panta rei de Heráclito), llena de entes efímeros y perecederos, repleta de partes, discontinuidades y diferencias? Sí, pero esa es la realidad de la doxa, de los ignorantes que sólo saben ver con los ojos. Tenemos un instrumento, la razón, que bien usada nos hace conocer la auténtica verdad, la que está detrás de todo, la del sabio.
A pesar de que la ontología de Parménides representa una flagrante confusión de los usos copulativo y atributivo del verbo ser y que, a fin de cuentas, no deja de parecer, a pesar de todo, extravagante, no tenemos que buscar mucho para encontrarle actualidad. Si pensamos en, por ejemplo, la teoría de supercuerdas, en alguna de sus versiones hace falta una realidad de hasta 26 dimensiones… ¿cómo es posible una realidad de tantas dimensiones cuando parece evidente que la nuestra sólo tiene tres? Porque las matemáticas superan el velo de las apariencias para llegar a lo que está más allá. ¿Cómo es posible que, según Einstein, el tiempo cambie según el movimiento? ¿No parece fuera de toda duda que todos vivimos en el mismo presente? Las apariencias engañan.