Héctor A. Gil Müller

Bienvenido a este espacio de reflexión, donde lo único que se pretende es que veamos las mismas realidades pero con diferentes ojos.

sábado, 25 de diciembre de 2010

200 paises en 200 años

Les comparto este excelente video donde Hans Rosling nos muestra la evolución de 200 países en 200 años. Esta información debe motivarnos a la reflexión y también a la comprensión que no todo ha estado equivocado en los últimos años.

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¿Qué nos come por dentro?

Les comparto un interesante artículo vía lainformación, aunque el tema sugiere una excelente estrategia para arruinar cualquier cena, resulta increible el intrauniverso que somos.
Nuestra sangre está llena de monstruos. Están con nosotros desde el principio de los tiempos, hay restos de ellos en las deposiciones de los primeros hombres y en el hígado de las momias de Egipto. Pasaron de los charcos a nuestro organismo, acogedor y lleno de nutrientes, pero esta vieja relación tiene a menudo un final dramático. Estos son los principales parásitos que amenazan al ser humano.

A principios del siglo XX, un soldado del ejército británico retirado que había servido en Sudán se convirtió en el centro de atención en la pequeña localidad de Surrey. Cada tarde, a la hora del té, un diminuto gusano atravesaba nadando su córnea para deleite de sus invitados, que esperaban la aparición de la criatura a través de su ojo. El gusano, explica Eugene H. Kaplan en su libro “What’s eating us?”, era un ejemplar de Loa Loa y acudía cada día hasta allí atraído por el calor de la chimenea.

Éste es solo un ejemplo de las miles de maneras en que los humanos nos relacionamos con nuestros parásitos. “Estamos afectados por miles de seres que intentan vivir a nuestra costa”, nos cuenta Santiago Merino, profesor de Ecología Evolutiva e investigador del CSIC. “Todos los parásitos necesitan un hospedador y el ser humano es un recurso más y muy abundante en nuestro planeta”.

“Existe otro mar”, escribe Eugene Kaplan en su libro recién editado por la Universidad de Princeton, “un océano de color rojo oscuro repleto de monstruos no menos amenazantes que un tiburón o un pulpo venenoso. Para la mayoría de seres humanos este mar interior está poblado de peligrosas bestias, los parásitos, que se beben la sangre o hacen de ella su hogar”.

¿De qué criaturas estamos hablando? El protozoo Plasmodium, que causa la malaria, mata entre uno y tres millones de personas cada año simplemente porque formamos parte de la cadena que le permite reproducirse. El nemátodo Wuchereria bancrofti entra en el organismo y puede bloquear el sistema linfático hasta provocar elefantiasis, con inflamaciones extremas y monstruosas de las extremidades. Otro nemátodo, Onchocerca volvulus, migra en ocasiones hacia el ojo y provoca pequeñas lesiones que el organismo cicatriza y que terminan sepultándolo en una costra blanca, la temida “ceguera de los ríos”.

El ser humano puede ser el hospedador final o el hospedador intermedio. En algunos casos, como el Anisakis, nos cruzamos por casualidad en la cadena parasitaria del gusano, que en este caso usa a los leones marinos y a los peces para su propósito. Otras veces, el parásito se ha especializado en humanos y vive con nosotros sin causar grandes daños.

“Por lo general suele ser peor ser el hospedador intermediario”, asegura Merino. “La selección natural ha funcionado en contra de los parásitos que han sido demasiado dañinos para el hospedador final, porque acabar con su vida aporta menos ventajas”. Aún así, matiza, los parásitos sólo tratan de sobrevivir de la manera más efectiva y, si para eso tienen que acabar con la víctima, nada se pondrá por delante.

Uno de los aspectos que más inquieta de estas criaturas es precisamente la forma en que han prosperado evolutivamente hasta poner a su servicio una compleja cadena de hospedadores intermedios y desarrollar las más curiosas estrategias reproductivas. El gusano Enterobius, por ejemplo, tiene tal éxito evolutivo que alrededor de tres cuartas partes de nosotros hemos sido portadores en algún momento de nuestras vidas y su presencia se ha detectado en las heces fosilizadas (coprolitos) de los primeros humanos.

La estrategia de esta pequeña lombriz consiste en alojarse en el intestino y salir del ano de su hospedador durante la noche. Una vez fuera, deposita sus huevos en la piel de la víctima y se vuelve a introducir en el ano hasta la noche siguiente. Sus víctimas, que suelen ser niños, se rascan la zona y los huevos del gusano se quedan debajo de sus uñas, de modo que Enterobius dispone de un medio bastante cómodo para pasar a otros hospedadores o volver a infectar a la víctima.

Otro aspecto inquietante es su capacidad para controlar el comportamiento del hospedador. La larva de Acanthocephala consigue que la cucaracha empiece a ser imprudente y sea devorada con facilidad por el siguiente hospedador. Otros, como Dicrocoelium dendriticum modifican el comportamiento de hormigas y caracoles para que trepen a un lugar alto y llamen la atención de los pájaros para ser devorados.

¿Puede suceder algo así con los humanos? “Tenemos muchos ejemplos en los que los parásitos son capaces de controlar el comportamiento de los hospedadores” asegura Santiago Merino, “y en el caso humano también hay ejemplos en los que nos ponemos a su servicio”.

El ejemplo más claro, para Merino, es el del gusano Dracunculus medinensis. Esta criatura penetra bajo la piel y produce pequeñas heridas en las piernas. La víctima siente un gran alivio al introducir estas erupciones en el agua, momento que el parásito hembra aprovecha para asomar un instante y depositar sus huevos en el medio acuático que necesita.

La víctima, en este caso nosotros, está actuando de manera inconsciente para satisfacer los intereses del monstruo que se ha alojado en su interior.

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