Héctor A. Gil Müller

Bienvenido a este espacio de reflexión, donde lo único que se pretende es que veamos las mismas realidades pero con diferentes ojos.

martes, 12 de enero de 2010

Las lenguas del mundo


Siempre me ha apasionado el lenguaje, no sólo es un vehículo de conocimiento si no que sus funciones emotivas, poéticas o referenciales se enlazan para establecer patrones culturales que al sabernos nos maravillan. Así el panteón griego (lugar de todos sus dioses) tras el cristianismo se convirtió en el lugar de todos los muertos. Navegando por la red una brillante página genciencia lo siguiente:


Todas las lenguas y dialectos inventados por el ser humano disponen de una suerte de gramática universal y, también, de unos niveles de riqueza y complejidad comunes. Esto conlleva a que las diferencias nada tienen que ver con el desarrollo de la sociedad en sí.
Lejos de tópicos como que el lenguaje barriobajero es menos denso que el lenguaje culto (si apartamos a un lado nuestros condicionantes estéticos, el dialecto de un negro del Bronx tiene tantos matices como el de un escritor pedante: consultad La tabula rasa de Steven Pinker para profundizar en los motivos), podemos afirmar a la luz de los descubrimientos antropológicos que las lenguas habladas por los pueblos “primitivos” contemporáneos son tan “civilizadas” como los nuestras.

La complejidad de las reglas gramaticales pude variar, sí, pero esta complejidad varía con independencia de los niveles de desarrollo político y tecnológico.
Como dice Marvin Harris en Nuestra especie:
Por ejemplo, el kwakiutl, una oscura lengua de los indios de América del Norte, tiene el doble de casos que el latín. Otros elementos para catalogar las lenguas “primitivas”, tales como la presencia de palabras adecuadamente generales o específicas, demostraron ser indicadores igual de poco fiables de los niveles de evolución. Por ejemplo, los agtas de Filipinas disponen de treinta y un verbos distintos que significan “pescar”, cada uno de los cuales se refiere a una forma particular de pesca. Pero carecen de una simple palabra genérica que signifique “pescar”. En las lenguas del tronco tupí habladas por los amerindios de Brasil, existen numerosas palabras que designan especies distintas de loros, pero no existe una palabra genérica para “loro”. Otros lenguajes carecen de palabras para lo específico; cuentan con palabras distintas para los números comprendidos entre el 1 y el 5, y después se sirven sencillamente de una palabra que significa “mucho”.

Pero carecer de determinadas palabras específicas nada tiene que ver con el nivel evolutivo de una lengua, sino que refleja necesidades culturales. El caso de los agtas, que viven esencialmente de la pesca, no precisan de una palabra para la pesca en general sino de las diversas formas específicas de pescar.
Lo mismo ocurre con nosotros que vivimos en las grandes ciudades. En nuestro habla cotidiana nos las arreglamos como conceptos vagos como hierba, árbol, arbusto, matorral o enredadera, pero no necesitamos palabras para identificar entre 500 y 1.000 especies vegetales distintas por su nombre. En los trópicos, donde las personas no utilizan demasiada ropa, se suelen hablar lenguas que agrupan “mano” y “brazo” en un sólo término y “pierna” y “pie” en otro. La gente que vive en climas más fríos y que visten prendas especiales (guantes, botas, mangas, pantalones, etc.) para las diferentes partes del cuerpo, disponen más frecuentemente de palabras diferentes para “mano” y “brazo», “pie” y “pierna”. Así pues, ninguna de estas diferencias puede considerarse prueba de una fase más primitiva o intermedia de la evolución lingüística.

Así pues, las aproximadamente 3.000 lenguas de este mundo tienen una estructura fundamental común, y unos cuantos cambios menores de vocabulario según los requisitos de la determinada sociedad.
Como decía el lingüista antropológico Edward Sapir “Por lo que toca al a forma lingüística, Platón camina mano a mano con el porquero macedonio y Confucio con el salvaje cortador de cabezas de Assam.”

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